Acabamos de celebrar la fiesta
de Pentecostés, culminación de la Pascua y Resurrección
de Cristo: celebramos el inicio del compromiso de la Comunidad
Cristiana con el anuncio del Jesús.
El Espíritu nos exhorta a
salir y compartir el regalo que Dios Padre, en su hijo,
nos ha dado: SU AMOR. Ese AMOR no es individual, no
es sólo mío, es real en la medida que lo comparto con el
"otro".
Pentecostés habla de una comunidad
reunida que recibe el Espíritu. Comunidad en oración
y con disposición para acoger la fuerza y la luz del Espíritu.
Pentecostés me recuerda que no soy una isla. Voy definiendo
lo que soy en la medida que estrecho relaciones, busco encuentros,
voy compartiendo experiencias…
Pentecostés me "lanza" a salir, aún sabiendo que no siempre será fácil y perfecto.
Pentecostés me interpela
a comprender que sin un “nosotros” no hay historia personal.
El Espíritu me anima a asumir
esas limitaciones, con las que Dios me ama ,y, me empuja
a llegar más lejos. Habrá que superar problemas, aprender
a convivir con lo diferente como riqueza que nos complementa,
a buscar lo que une y ayuda a superar divisiones…
Habrá que cultivar la esperanza,
regalar lo que he recibido, y ante la pregunta ¿cómo?,
la respuesta: confiando
en Él , en su Providencia.
El Espíritu es el aliento
que me orienta, me acompaña, me enseña, me protege, me fortalece,
me serena. Pero no es un Espíritu dócil, no se conforma
con un "cumplimiento", sino con un compromiso de vida, ¿a
qué estoy dispuesto?
Oremos
Ven, Espíritu de Dios sobre
mí. Ayúdame a entregar lo que me ha sido regalado para la
construcción del bien común, para la construcción del Reino
de Dios. En especial a ese encuentro con mis hermanos más
débiles, tus preferidos, que nunca me aparte de ellos.
SMA |